Fernando escribió. Manuel R y Pancho contestaron
Fernando:
Queridos todos:
(O Querid@s tod@s?)
Una
mujer, y no una mujer común y corriente, sino una extraordinaria mujer,
Maruja Vieira, me hace llegar este informe de un gramático, el hermano
Magaz. No se trata de una discusión secundaria. Buscando el efecto
contrario, hoy estamos creando una forma de comunicación que nos
amenaza.
Barthes, que estudió todos estos problemas con profundidad, lo
dijo sin ambages. El objeto de su estudio, que fue el de la "gramática
africana", podría extenderse a esa especie de lenguaje fascista que
estamos creando sin darnos cuenta. Leamos unas líneas: "El vocabulario
oficial [de los asuntos africanos] es puramente axiomático. Es decir,
que no tiene valor alguno de comunicación sino sólo de intimidación. Por
lo tanto constituye una escritura, es decir, un lenguaje encargado de
operar una coincidencia entre las normas y los hechos y de otorgar a una
realidad cínica la fianza de una moral noble. En general, es un
lenguaje que funciona esencialmente como un código; en él, las palabras
tienen una relación nula o contraria a su contenido. Es una escritura
que se podría llamar cosmética puesto que tiende a recubrir los hechos
con un ruido de lenguaje o, si se prefiere, con el signo suficiente del
lenguaje..."
Le doy a este asunto la importancia que merece.
En él también construímos país, tanto que fue la segunda palabra de
nuestro Diccionario Mosca. Si decimos compañer@s estamos avanzando hacia
el person@s. Cuando nosotros echamos mano de esa expresión que, en
apariencia, busca la igualdad, avanzamos hacia la desigualdad. Sin
darnos cuenta, claro está. Mi educación, mi comportamiento, mi
formación, mi conducta, todo me hace un ser absolutamente feminista. Soy
el primero en denunciar el atropello y la desigualdad que sufren las
mujeres en una sociedad machista como la que tenemos. Pero al forzar la
gramática para que exprese igualdades a las que estamos lejos de llegar,
contribuimos, sin darnos cuenta, a fomentar la desigualdad.
Lo
dice bien la academia, que es la academia y no el academio: distingamos
entre género y sexo. En Colombia ya vivimos alguna vez este mismo
panorama, cuando a algún estúpido se le ocurrió decir que las únicas que
ponían eran las gallinas. Ponían huevitos, como los del presidente,
que, supongo, no son tres, pese a su insistencia, sino sólo dos, como
ocurre por lo general en el sexo masculino (tres, sólo en Sade). Y
comenzamos con la historia del "colocar". "¿Le coloco lechuga a su
ensalada?" "No se coloque bravo". No, por favor. Supongo que ahora, en
un discurso se diría "no se coloquen bravos y bravas", y en un
comunicado se escribiría "no se coloquen brav@s". Porque los colombianos
(¿y las colombianas?) metemos la cabeza en esos absurdos, y luego no la
podemos sacar.
Soy partidario de defender a brazo partido a
las mujeres pero, al mismo tiempo, de no empobrecer el lenguaje.
Abrazos
(¿y abrazas?),
Fernando
Manuel R:
Hola
Este tema es absolutamente crucial. Hace un tiempo
vengo siguiéndole la pista por donde puedo. En especial, porque me
siento constantemente amputado en el contenido y sentido de la vida. Me
pongo a recordar, provocando bostezos inmediatos, la búsqueda que se
asomaba (y me persigue) en cada diálogo de cada día de mucho más de lo
que se acomoda en hormas y recetas superficiales y mínimas. La epidemia
de la simplificación (no dije simplicidad que es lo contrario) facilita
el arrasamiento al que ahora nos someten y el cierre de espacios y
posibilidades. Líderes mediocres, medio santos y guerreros. Cuya firmeza
y falsedad se transforman en populismos y fuerzas. Maquinarias que
transforman conceptos en órdenes. Masas que marchan todavía sin
uniformes, enunciados que no pasan de allí y se convierten en tarjetas
de identificación, selección, clasificación en nosotros y ellos y
aparatos que controlan territorios de imaginarios que van ocupando cada rincón, todas las relaciones y el resultado es esta cotidianidad tonta
y vacía en donde el sufrimiento tiene prohibido llorar y todo se
recluta o se elimina, pero funciona. El funcionar del funcionario, del
burgués que cuida de su familia y consigue para el sustento y el
"futuro", pero está dispuesto a obedecer órdenes porque estas son
responsabilidad del patrón o de la empresa, o del partido etc.
Estaba
en esto perdiendo la esperanza de compartir con gente de verdad y
presente, protegiéndome con Cortázar a ratos cuando invita a subir
escaleras hacia atrás y habla del oso de las cañerías, cuando encontré
este tesoro. Un libro titulado LTI: La lengua el Tercer Reich. Victor
Klemperer, un filólogo, judío, de izquierda, académico, casado con una
mujer no judía o "aria", en este lenguaje, quien para sobrevivir y creer
que habría un más adelante, en medio de la destrucción y del infierno
totalitario, en medio de las persecuciones y despojos, llevó un diario
obviamente clandestino y riesgoso, en el que registró y analizó con
minuciosidad de amante del saber, el lenguaje del aparato totalitario.
Es decir, que fue capaz solito, en el infierno, de mantener y aplicar un
referente vivo y libertario, pero prohibido y desaparecido, desde el
cual comparó el absoluto de lo impuesto, contagiado y compartido,
observándolo críticamente y
advirtiendo cómo se construye y se
establece.
Dijo Kemperer en ese entonces, por ejemplo, sobre
un muchacho "bueno e inocente" quien con el tiempo empezó a escribir en
ese lenguaje y a actuar en consecuencia, alguien que había sido su
alumno y amigo:
"Cómo se adaptan a su entorno las
naturalezas mediocres e inocentes! El jóven buenazo hablaba de "guerra
alegre y refrescante". Por aquel entonces lo considerábamos la adopción
irreflexiva de un tópico. Pero los tópicos acaban apoderándose de
nosotros. "El lenguaje que crea y piensa por tí...""
Una vez
sobrevive la guerra, no físicamente, sino, ante todo, sigue vivo
precisamente por aplicarse con empeño a estudiar, defendiendo su
humanidad: el lenguaje como mecanismo y estrategia del totalitarismo,
Concluye aseverando..."altera el valor y la frecuencia de las palabras,
grupos de palabras y formas sintácticas con su veneno, pone en el
lenguaje su medio de propaganda más potente, más público y secreto a la
vez".
Es escalofriante leer este testimonio doloroso y
minucioso. Hizo una tarea imposible. Lo que dejó de existir y ya no
tenía espacio más que en los aplausos masivos, en el temor cotidiano, en
el fanatismo compartido y necesario, en las fosas comunes y en los
hornos crematorios, lo mantuvo este solitario para envolver en su mirada
y desde ella, todo el régimen y lo masificado y limitarlo (todo el
poder del régimen y sus realidades) a pesar de su magnitud endémica, a
un ejemplo del que debemos aprender. Un muerto, aplastado y ausente,
derrota silencioso en un diario, la maquinaria que destruye y convence.
Esto es un imposible aún más meritorio porque hasta la resistencia
aprendió el lenguaje del veneno. En todos los ámbitos, el lenguaje se
limitó a la fuerza y la voluntad del fanatismo sin salidas. La
obediencia necesaria. La libertad quedó en manos de los mandos y al otro
lado de lo que cada cual pudiera abarcar. Martillos y piezas. La vida
toda
quedó encerrada en lo permitido y lo ordenado por el
lenguaje.
Lo escalofriante no es lo que pasó, sino lo que
nos está pasando. Lo que se viene consolidando.
El original
en Alemán se llama LTI. Nazisbuch eines Philologen y fue publicado en
1975.
Es un espejo indispensable, para no acabar de caer
aplastadas y aplastados en esta soledad de fórmulas con nombres propios y
biografías predescibles en la que nos hemos convertido. Escúchenlo
frente al heroismo:
"No, la época de Hitler no careció de
heroísmo, desde luego, pero en el verdadero hitlerismo, en la comunidad
de los hitlerianos, sólo existió un heroísmo exterior, desfigurado y
envenenado...Piense en el alarde de las copas y en el tintineo de las
condecoraciones, piense en las ampulosas palabras de adulación, piense
en los asesinatos inmisericordes...
La época de Hitler generó el
heroísmo más puro, pero en el terreno contrario, por así decirlo. Pienso
en los numerosos valientes de los campos de concentración, en los
numerosos ilegales intrépidos. Allí, el peligro de muerte y los
sufrimientos eran incomparablemente mayores que en el frente, a ello se
sumaba la total ausencia del elemento decorativo. Allí no le esperaba a
uno la tantas veces celebrada muerte "en el campo del honor", sino en el
mejor de los casos la guillotina. No obstante, a pesar del elemento
decorativo y a pesar también de la indudable autenticidad de su
heroísmo, estos héroes poseían igualmente algo que los apoyaba y
aliviaba en su fuero interno, pues ellos también eran conscientes de
pertenecer a un ejército, también creían firmemente y de forma
justificada en la victoria última de su causa y podían llevarse a la
tumba la convicción orgullosa de que su nombre resuscitaría algún día
rodeado de una gloria que sería tanto mayor cuanto más infame
fuera en esos momentos su asesinato."
Conozco y he
compartido con estos héroes a quienes la Historia, la sistemática y
prevalente Historia de la infamia ha negado niega y excluye. He tomado
agua de panela en esos ranchos. Andan por ahí sin un ojo, amputados o en
la miseria. Hoy mismo sacan ejércitos de todos los bandos y con todas
las armas de sus casas y territorios. No salen en los periódicos a menos
que arriesguen la vida desde la palabra como Alex, Andrés, Betty y
tantas más. Están pudriéndose en el silencio del destierro, donde pagan
el pecado de entender y compartir la memoria. Son perseguidas y
perseguidos de manera inclemente por quienes tienen un cargo, un afán de
figurar, una ambición, una oficina. Víctimas de rumores y difamaciones.
Mayorías que confían en sus propias palabras aún cuando casi
inevitablemente se las roban para acumular los que mandan. Ahí están o
mueren y el mundo nunca ha sido de ellos ni para ellos. Su lenguaje es
el olvido.
Los aparatos de terror no son únicamente los
armados, aunque estos les sirven y funcionan. La guerra total viene
detrás del lenguaje que la arma y hoy vamos hacia el terror total para
la codicia. El sometimiento no se da únicamente en las cárceles y los
destierros, aunque cada vez más se procesa de esta manera al contrario.
El silencio no se expresa únicamente callando, por el contrario, nos
niega el silencio para vernos, para sentirnos, para pensar. El terror
acaba con los pueblos, con la libertad, con la vida y la entrega al
fascismo de quienes acumulan desplazando, explotando y despojando: desde
el lenguaje hasta las balas que no son más que palabras de plomo,
vengan de donde vengan. Por eso, por ejemplo, uno en estas cosas no se
queda callado ante gente que anuncia estar de acuerdo con unas ideas y
rechazar el método. Cuando el método asesina amigas y amigos, compañeras
y compañeros, sabidurías y voces libertarias que venían caminando palabras de libertad, el medio es el fin y son inseparables.
Un
abrazo y gracias por invitar a este espacio en el que de veras, más
profundamente, nos debemos dar cuenta si estamos compartiendo o
solamente decimos que lo hacemos.
Manuel
Pancho:
Es posible una nueva dictadura fascista en el mundo?.
Esta
pregunta se la formuló un profesor de ciencias políticas a sus alumnos
en una Universidad en Alemania y lo que siguió se puede ver en esta
pelicula titulada La Ola.
Se puede ver en esta direccion.
http://www.divxonline.info/pelicula-divx/3671/La-ola-2008/
Fernando:
A ver. Ante la posibilidad de estar de acuerdo con las ideas
rechazando el método, escribí una reflexión. Tiene que ver pero no tiene
demasiado que ver. Como el texto de Manuel. Somos los teólogos de
Bizancio. De ahí que haya pensado en el sexo de los ángeles. Y esto es
lo que se me ocurrió:
Hasta el momento nadie ha podido
precisar cuál pueda ser el sexo de los ángeles. Sin embargo, la idea más
extendida, según la cual los ángeles, como espíritus puros, no tienen
sexo, podría llegar a ser confirmada por alguno de los teóricos del
género. En consecuencia, quisiera sentar aquí una hipótesis elemental:
los ángeles, diría esta última, no tienen sexo pero sí tienen género.
Las preguntas de investigación que de allí se desprenden, son casi
ofensivas por lo obvias: ¿Cuál es el género de los ángeles?, diría la
primera, mientras que la segunda nos llevaría apenas a un esbozo de lo
que podría ser una teoría más consistente sobre la persistencia de los
imperios: ¿Los ángeles de Bizancio tenían sexo como condición esencial
para poder tener género? O, al revés, ¿los ángeles de Bizancio tenían
género como condición esencial para poder tener sexo?
Dada
la precariedad del tiempo de que dispongo (quince minutos, siendo así
que los teólogos de Bizancio gastaron casi cuatro siglos en la misma
discusión), sólo podré hacer algunas afirmaciones generales.
La
identidad, se sabe hoy, señala que los términos de una contradicción no
están en realidad demasiado lejos el uno del otro, porque pertenecen al
mismo entorno. Pongo un ejemplo: el gobierno y la oposición. Si los
analizamos a partir de la identidad, serán la misma cosa, porque giran
sobre el mismo universo, debaten sobre las mismas ideas, operan sobre
los mismos grupos de interés, hablan el mismo lenguaje, y en ellos es
igual decir blanco o decir negro. Pero no sucede lo mismo si escapamos
de la identidad y pasamos a la diferencia. En la página 249 de sus
Escritos Escogidos, Édgar Garavito resume el asunto con claridad: es
Nietzsche quien “destituye el principio de identidad como fundamento de
la filosofía. No se trata ya más de la identidad sino de la diferencia
que no gira a expensas de lo idéntico sino en relación con el eterno
retorno. Para Nietzsche dos cosas que se contradicen son muy próximas
entre sí porque dependen de una misma identidad. La diferencia, en
cambio, referida al eterno retorno, es el principio que hace salir al
pensamiento y a la cultura de los ancestrales ejes de la analogía… y las
relaciones negativas de la oposición y la contradicción”.
A
partir de ese criterio, saquemos los conceptos de sexo y género del
campo de la identidad y pasémoslos al de la diferencia. El sexo implica
un ejercicio lúdico, una instancia carnal que pone en contacto a dos o
más seres entre sí, mientras el género es algo consustancial, que se
lleva en sí como los ángeles llevan sus pesadas alas angélicas. Frente a
una mujer que me interesa para pasar un rato o una vida, yo tengo sexo.
Frente a otra con la cual sólo quiero conversar sobre mis preferencias
por las galleticas de chocolate, sólo tengo género. En la identidad,
sexo y género se enredarían en el dogmatismo de las feministas (entre
paréntesis, supongo que se diga “las feministas” y no “los feministas”
porque, aunque los hay de todos los pelambres, este es uno de los
espacios donde el género se impone sobre el sexo), y terminaríamos
rompiéndonos la cabeza tratando de demostrar por qué son opuestos, hasta
caer de nuevo en los concilios del siglo XI y en sus discusiones
bizantinas, para no llegar a conclusión alguna o descubrir que son
idénticos.
Mientras tanto, la diferencia nos permite
imaginar una respuesta basada sobre el pensamiento pero también afirmada
en la libertad y la poesía. Volvamos a los ángeles. Aunque el asunto se
arrodille ante las deducciones judaico-cristianas en torno al sexo,
aceptemos que, ¡los pobres!, son espíritus puros y que, como tales, no
tienen sexo. Pero, ¿tienen género? Son los ángeles, en masculino, y se
llaman Gabriel y Miguel y Rafael y Luzbel y seguramente Rodrigo o Jaime
Alberto, y, en búsqueda de la igualdad, cuando a alguien se le ocurre
una idea revolucionaria pide que le pinten angelitos negros, pero sin
duda alguna pertenecen al género femenino. Por una sola y sencilla
razón: porque son preciosos (o, díganme ustedes, ¿no son preciosos los
ángeles?), y sólo la mujer, lo femenino, alcanza esa categoría en el
deleznable género humano.
(NB: Los alaridos que se oyen en
el fondo de estas palabras son de las feministas).
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